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Thursday, January 8, 2009

No importa bandera grande o chiquita, lo que importa es el corazón.


Existe en el mundo una fuerza muy grande que logra vencer toda diferencia de raza, religión, origen, fronteras. Esa es la fuerza del amor. ¿Pero qué sucede cuando el fanatismo religioso, la xenofobia, el resentimiento o el odio dominan nuestros pensamientos? ¿Qué consecuencias traen consigo estas situaciones? Sencillamente prevalece la ley del talión; te pagaré con la misma moneda. Cuando el ser humano alcanza este pensamiento tan retrógrado lo que nos espera no es nada bueno.

Es de todos sabido que la política en Puerto Rico es tema de conversación en cualquiera de las cuatro esquinas y también es muy cierto que existen más analistas políticos por milla cuadrada que en cualquier parte del mundo. Nada más encienda la radio y se “deleitará” con los análisis de los sepulcros blanqueados, quienes siempre tienen “soluciones” a lo caja de pandora. Tanto es así que me atrevo a decir que muchísima gente en mí país primero escuchan a estas persona, y todo lo que ellos digan lo dan por cierto. Después lo comentan en los pasillos y en las calles como estación repetidora sin antes pensar en lo que dicen. Llegamos a conclusiones ciertas o erradas, hablamos sin pensar, ofendemos tal vez sin querer y se nos olvida que somos pueblo. Si no me crees, te invito a que te sientes en la plaza de recreo de tu pueblo con periódico en mano, haz el aguaje de que lo estás leyendo y comprobarás lo que digo. Para muestra un botón. Pero la cosa se agrava cuando comenzamos con el menos precio a personas de otros países, de otras naciones.

Es cierto que la política internacional nos afecta directa e indirectamente a todos, pero la gente común y corriente no tenemos la culpa de los abusos o excesos de los líderes de las naciones. Por la libertad de un pueblo ora el oprimido blanco y el oprimido negro. Por la libertad genuina del pensamiento ora el puertorriqueño y el estadounidense. Para que exista la paz entre las naciones ora el cubano y venezolano. Para que no existan las fronteras ora el inmigrante y ora el Papa.

Es hora de que aprendamos a luchar por nuestros derechos, pero luchemos recordando que existen personas en países opresores que no desean la opresión, que existen hermanos que creen y luchan por la paz aún cuando sus gobernantes saborean el plato de la sangre derramada en las guerras.

Señores, la grandeza de nuestro pueblo no se mide por la manera en que menospreciamos la grandeza de otros pueblos. No quememos banderas si no queremos que jodan con la nuestra. Aprendamos a descubrir que todo ser humano siente orgullo por su país y nosotros no somos nadie para despreciar el suelo de aquellas personas que cuando llegan a nuestra Isla del Encanto, ven en ella el Paraíso.

¡Está bueno ya de niñerías!

PD: No escribo esto para que me digas: “¡Qué bonito te quedó!” Lo escribo para que PIENSES…